Mario


Me pareció mucho más pequeño y viejo de lo que imaginaba. Estaba como hundido en la butaca y respiraba con dificultad. La chaqueta se arrugaba formando pliegues y bolsas alrededor de un cuerpo más flaco de lo que parecía de lejos. Era, ya entonces, un anciano ex fumador que suspiraba por volver al hotel.

Tuve que esperar casi media hora para poder dirigirme a él. Una legión de seguidores se me había adelantado para pedirle dedicatorias, autógrafos o saludarle. Yo lo había leído todo, o casi. Inventario, Montevideanos, La tregua, Primavera con una esquina rota. La muerte y otras sorpresas. Pedro y el capitán.Viglietti estaba en el pasillo del patio de butacas, mirando el barullo que formaba, año tras año, aquel viejo flaco y asmático. La cosa iba así: se anunciaba una actuación, se agotaban las entradas en cuarenta y ocho horas, la tarde de la actuación iba más gente de la que cabía en el aforo del Paraninfo, los que no cabían armaban revuelo fuera, a los de dentro se les erizaban los vellos escuchando a los uruguayos y después el barullo. Un año y otro año y otro. La gente no se cansaba. Las últimas veces se decidió poner pantallas en la calle, fuera de la sala, como si fuera un concierto de los Rolling. No sé a qué acto tenía que invitarle relacionado con los zapatistas chiapanecos. Hola don Mario, dije, y ya no me acuerdo qué más farfullé. No me acuerdo si le di la mano.

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