Cincuenta mil zapatos (viaje de una ida y de una vuelta)


Con Vicente me hice en un fin de semana más de mil kilómetros para ver, durante treinta escasos y emocionantes segundos, el único lince ibérico en libertad que me he cruzado por el momento. También he sido testigo de sus intentos de torear reses bravas en plena dehesa –con final incruento, por supuesto- y le he visto temblar las manos que agarraban con fuerza los prismáticos observando el vuelo majestuoso de un águila pescadora. Por eso no me extrañó nada que a comienzos de esta primavera se liara la manta a la cabeza y cruzara el Estrecho de Gibraltar junto con Salva, Toni y Anna para descubrir los secretos de los amplios espacios marroquíes. Sé que en el viaje pudieron disfrutar de de águilas perdiceras, tarros canelos y bulbules, que observaron cabras retrepadas en arganes y sintieron lo que es una tormenta de arena en pleno desierto del Sahara. Pero en el encuentro se toparon, además, con las gentes del Atlas… y les desbordó la hospitalidad, la generosidad y el torrente de alegría en el centro mismo de la carencia más abrumadora. Vicente cuenta que aquel encuentro cambió su forma de ver la vida y de verse a si mismo y a los demás. Ahora intenta devolver el regalo que le hicieron los habitantes del Atlas el marzo pasado y, junto a un puñado de entusiastas como él, ha cargado unos cuantos coches con cientos de gafas graduadas, juguetes, material escolar y 25.000 pares de zapatos… y para abajo que se ha ido, oye.

Foto: Wikipedia

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