Bocata de lagarto


Me contaba una de mis tías, que fue maestra rural en la Sierra de Cazorla durante su juventud, que los almuerzos de los semisalvajes niños serranos incluían muchos días bocadillo de lagarto. Por lo visto, la carne del reptil sabía a pollo y era tan nutritiva como la de la mejor gallina de corral. Comerse a los lagartos fue una costumbre muy extendida en el mundo rural durante la cruda posguerra española y es probable que estos reptiles -tan denostados, por otra parte- contribuyeran en buena medida al desarrollo de los chavales en medios tan duros como lo debieron ser las sierras jiennenses durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.

Seguramente, el lagarto más pasado por la parrilla fue el Lagarto ocelado (Lacerta lepida), un precioso bicharraco completamente inofensivo que puede llegar a los setenta centímetros de longitud -incluyendo la cola- y que ha sido perseguido con saña por las razones más peregrinas, como la que afirmaba que este animal bebía la sangre de las menstruantes o que podía morderte con tal fuerza que era capaz de arrancarte un dedo. Entre los cazadores también ha gozado (¿goza?) de muy mala fama, ya que se le acusa de depredar sobre perdices y conejos. En realidad, este reptil se alimenta fundamentalmente de insectos -sobre todo coleópteros-, otros reptiles y pequeños roedores; sin embargo, algunos autores apuntan que su declive en algunos puntos, como Sª Morena o Doñana, se debe a la caída en picado del conejo por culpa de la mixomatosis -primero- y la NHV -más tarde-.

Lo que sí ha conseguido la escasez de conejos en los montes ibéricos es que nuestro gran lagarto se convierta en el objeto de deseo de águilas perdiceras (14% de las piezas capturadas), águilas calzadas (20%) y azores (12%). También se ha convertido en un buen plato para meloncillos, águilas reales, milanos y busardos ratoneros.

No sabemos qué suerte correrá el lagarto de la fotografía, aún en su etapa juvenil y pillado en plena muda, pero seguro que a ningún niño de nuestros días se le ocurriría meterlo entre dos cachos de pan.



Fuentes:


Aragón Rebollo, A. (Coord), Anfibios y reptiles de la Península Ibérica y Baleares, Ed. Jaguar, 2006


Carrascal, L.M., Salvador, A., (Coord), 2002, Enciclopedia virtual de los vertebrados españoles

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy buenas, lo de comer carne de lagarto debió de estar muy extendido. En mi reciente estancia en el Parque Nacional de Cabañeros, pude ver un artilugio llamado pincho para lagartos que consistía en una varilla de acero con la punta tipo arpón en la que se colocaba el cebo, al morder, el lagarto quedaba enganchado. Este pincho, estaba expuesto en el museo etnográfico de Horcajo de los Montes.
Emilio Martín Estudillo ha dicho que…
La verdad es que si el lagarto era pieza habitual de los guisos, es paradójica la animadversión tan generalizada al bicho.
Gracias por inaugurar los comentarios del blog!